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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Un testimonio de vida

 Este es el testimonio de Mª José, una mamá luchadora. GRACIAS.

Querida Alba:

 Durante muchos años he tenido guardado celosamente dentro de mi ser lo que hoy me gustaría compartir contigo, mi sentir en este tiempo pasado a tu lado. Tú, mi gran amor.

Desde el primer momento en  que supe que tu pequeño corazón latía dentro de mí, te quise. Te desee tanto… te había soñado tantas veces, que era algo inexplicable y maravilloso, un milagro. Y llegó el gran día en que vi tu carita, preciosa, increíble. Habías salido de mi ser, tan perfecta, tan maravillosa, tan amada… hace 17 años ya.

El tiempo vuela, mi niña.  Llegaste para revolucionar mi vida, para cambiar mi mundo, como un soplo de aire fresco. Nunca podré olvidar esos despertares tan preciosos, esa bebé con esa sonrisa interminable, esa niña tan feliz que vino para llenar mi vida de amor y felicidad…

Eras mi luz. Brillabas tanto que era difícil no amarte, eras un regalo de Dios.

Y pasado un tiempo, un día, comenzaste a sentirte mal. La vida nos tenía preparado algo con lo que ni tú ni yo contábamos. Con solo 10 años te diagnosticaron una grave enfermedad, pero no imposible de vencer.

Te cambió toda la vida de un día a otro. Jamás te vi más enfadada con el mundo, doy fe de ello, aunque tengo que decirte que yo también lo estaba. Sólo mis noches eran testigo de ello, cuando las luces de tu habitación se apagaban y sólo se escuchaba el pitido de aquella maldita máquina que mantenía despierta mi esperanza y mis ganas de seguir luchando, porque durante el día mi sonrisa brillaba para ti, mi amor.

Cuántas veces hubiera deseado cambiarme por ti, cuántas pruebas, cuánto dolor en ese pequeño cuerpo, cuántas agujas clavadas en mi alma. Me dabas lecciones de vida a diario. En mi rabia e impotencia encontré el camino de unirme a tí en tu lucha, me  tragaba las lágrimas, fui fuerte por tí y para ti. Te hiciste mayor sin otra opción, ya ves, mi niña.  Tu infancia voló en una habitación de hospital llena de sueños rotos, con amigos y amigas que arrastraban su lucha por la tercera planta de oncología. A veces no sabía qué historia crear para ti, para explicarte dónde viajaban aquellos y aquellas que ya no volvías a ver. Qué duro fue, mi pequeña guerrera…

A veces pienso que todo está escrito, y que toda persona tiene una misión en esta vida, por eso tuviste que vivir toda esta batalla. Tú seguías luchando como una guerrera invencible, aunque a veces te permitías decir “no puedo más”. Entonces yo,  agarraba tus preciosas manitas y te miraba a los ojos sin pestañear un instante y te decía:

-Hija mía, no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Tú vencerás esta batalla.

 Yo siempre fui el espejo donde cada día te mirabas para recuperar el aliento.

Una mañana de septiembre te hirieron de lleno y te dormiste. Sé que dormiste, porque estabas muy cansada de tanto luchar y necesitabas ese merecido descanso, - ¡ay mi niña!, ¡ qué sufrimiento en mi pecho más  grande sentí ¡ , nunca me había sentido tan vacía y tan desdichada. Pero cariño, esta historia aún no tocaba su fin. Rezaba porque volvieses a mi lado.

Un día baje a la capilla y me arrodillé ante nuestra madre del cielo y le pedí, le rogué con todas mis fuerzas:

- Madre mía, tú eres madre como yo, no te lleves a mi hija, no me hagas pasar por esto, aquí en la tierra también hacen falta ángeles.

Duerme mi niña, duerme tesoro, te decía… pero no olvides el camino de vuelta, porque tu madre y tu familia te esperan. Pasaron segundos, minutos, horas, días… así hasta dos meses cuando ocurrió el milagro. Cuando ya no había esperanza, cuando los médicos sólo me daban malas noticias, tú te llenaste de luz, de fuerza y de vida, y Dios, que tenía otro plan para ti, te hizo volver a mí.

Siempre creí que el día más feliz de mi vida fue tu nacimiento. Error, el día más feliz de mi vida fue el día que volviste a mi lado, el 4 de noviembre de 2014. Jamás lo olvidaré.  se grabó a fuego en mi corazón para siempre.

Cuando regresaste de ese viaje a no sé dónde, y llegamos por fin a casa, no puedo negarte que para mí fue difícil no poder entender a esa persona nueva y maravillosa que volvió a mi lado. Los primeros meses y años fueron duros:  rehabilitaciones, psicólogos, psicopedagogos,… entre muchísimos otros. Fue como volver a empezar de cero. Todo era nuevo para las dos. Yo recordaba a mi hija antes de quedar en coma, y juntas fuimos creando una nueva historia, volvimos a conocernos. Perdona mi torpeza hija mía, pero no supe ver más allá de los recuerdos…

También fue difícil para tí, lo sé… en el cole, en casa… me imagino que fue como enfrentarte cada día a un mundo nuevo.

Fuiste, y eres, una persona admirable, que siempre hace lo que se propone, mi guerrera.  Jamás he conocido a nadie con tanta fuerza.

Y yo, sin sentido, pero creo que también es entendible, comencé a preocuparme por tu futuro y no por tu presente, por lo que serías capaz de llegar a ser y aprender. De nuevo me equivocaba. Alba, tu futuro será igual al de otros niños…

¿Eres diferente? Pues sí, amor, no hay dos niños iguales…

¿Qué te cuesta aprender? Pues sí, mi cielo… pero ya demostraste que no hay nada imposible.

 Bueno y que, pero lo más importante lo traes aprendido, AMAR, AMAR SIN CONDICIONES, AMAR CADA ATISBO DE VIDA. Creo que cuando se hace un viaje de vuelta como el tuyo, tan grande, el valor por lo pequeño se hace gigante… y cada día de mi vida agradezco a DIOS por dejarme a mi bendita hija. Entendí que él ha puesto un ángel en mi vida y que realidad eres tú quien cuida de mí…

Te amo, mi Ángel.

 

                                         Tu madre.


1 comentario:

  1. Precioso testimonio, gracias por compartirlo, se nota que tu hija es muy especial y será un ejemplo a seguir para muchas personas, irradiará de luz allá a donde vaya. Enhorabuena por haberla criado y acompañado tan bien :)

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