Este es el testimonio de Mª José, una mamá luchadora. GRACIAS.
Querida
Alba:
Durante muchos años he tenido guardado
celosamente dentro de mi ser lo que hoy me gustaría compartir contigo, mi sentir
en este tiempo pasado a tu lado. Tú, mi gran amor.
Desde el
primer momento en que supe que tu
pequeño corazón latía dentro de mí, te quise. Te desee tanto… te había soñado
tantas veces, que era algo inexplicable y maravilloso, un milagro. Y llegó el
gran día en que vi tu carita, preciosa, increíble. Habías salido de mi ser, tan
perfecta, tan maravillosa, tan amada… hace 17 años ya.
El tiempo
vuela, mi niña. Llegaste para
revolucionar mi vida, para cambiar mi mundo, como un soplo de aire fresco. Nunca
podré olvidar esos despertares tan preciosos, esa bebé con esa sonrisa
interminable, esa niña tan feliz que vino para llenar mi vida de amor y
felicidad…
Eras mi luz.
Brillabas tanto que era difícil no amarte, eras un regalo de Dios.
Y pasado un
tiempo, un día, comenzaste a sentirte mal. La vida nos tenía preparado algo con
lo que ni tú ni yo contábamos. Con solo 10 años te diagnosticaron una grave
enfermedad, pero no imposible de vencer.
Te cambió toda
la vida de un día a otro. Jamás te vi más enfadada con el mundo, doy fe de
ello, aunque tengo que decirte que yo también lo estaba. Sólo mis noches eran
testigo de ello, cuando las luces de tu habitación se apagaban y sólo se
escuchaba el pitido de aquella maldita máquina que mantenía despierta mi
esperanza y mis ganas de seguir luchando, porque durante el día mi sonrisa
brillaba para ti, mi amor.
Cuántas
veces hubiera deseado cambiarme por ti, cuántas pruebas, cuánto dolor en ese
pequeño cuerpo, cuántas agujas clavadas en mi alma. Me dabas lecciones de vida
a diario. En mi rabia e impotencia encontré el camino de unirme a tí en tu
lucha, me tragaba las lágrimas, fui fuerte
por tí y para ti. Te hiciste mayor sin otra opción, ya ves, mi niña. Tu infancia voló en una habitación de hospital
llena de sueños rotos, con amigos y amigas que arrastraban su lucha por la
tercera planta de oncología. A veces no sabía qué historia crear para ti, para
explicarte dónde viajaban aquellos y aquellas que ya no volvías a ver. Qué duro
fue, mi pequeña guerrera…
A veces
pienso que todo está escrito, y que toda persona tiene una misión en esta vida,
por eso tuviste que vivir toda esta batalla. Tú seguías luchando como una guerrera
invencible, aunque a veces te permitías decir “no puedo más”. Entonces yo, agarraba tus preciosas manitas y te miraba a
los ojos sin pestañear un instante y te decía:
-Hija mía,
no hay mal que cien años dure, ni cuerpo que lo resista. Tú vencerás esta
batalla.
Yo siempre fui el espejo donde cada día te
mirabas para recuperar el aliento.
Una mañana
de septiembre te hirieron de lleno y te dormiste. Sé que dormiste, porque
estabas muy cansada de tanto luchar y necesitabas ese merecido descanso, - ¡ay
mi niña!, ¡ qué sufrimiento en mi pecho más grande sentí ¡ , nunca me había sentido tan
vacía y tan desdichada. Pero cariño, esta historia aún no tocaba su fin. Rezaba
porque volvieses a mi lado.
Un día baje
a la capilla y me arrodillé ante nuestra madre del cielo y le pedí, le rogué
con todas mis fuerzas:
- Madre mía,
tú eres madre como yo, no te lleves a mi hija, no me hagas pasar por esto, aquí
en la tierra también hacen falta ángeles.
Duerme mi
niña, duerme tesoro, te decía… pero no olvides el camino de vuelta, porque tu
madre y tu familia te esperan. Pasaron segundos, minutos, horas, días… así
hasta dos meses cuando ocurrió el milagro. Cuando ya no había esperanza, cuando
los médicos sólo me daban malas noticias, tú te llenaste de luz, de fuerza y de
vida, y Dios, que tenía otro plan para ti, te hizo volver a mí.
Siempre creí
que el día más feliz de mi vida fue tu nacimiento. Error, el día más feliz de
mi vida fue el día que volviste a mi lado, el 4 de noviembre de 2014. Jamás lo
olvidaré. se grabó a fuego en mi corazón
para siempre.
Cuando
regresaste de ese viaje a no sé dónde, y llegamos por fin a casa, no puedo
negarte que para mí fue difícil no poder entender a esa persona nueva y maravillosa
que volvió a mi lado. Los primeros meses y años fueron duros: rehabilitaciones, psicólogos, psicopedagogos,…
entre muchísimos otros. Fue como volver a empezar de cero. Todo era nuevo para
las dos. Yo recordaba a mi hija antes de quedar en coma, y juntas fuimos creando
una nueva historia, volvimos a conocernos. Perdona mi torpeza hija mía, pero no
supe ver más allá de los recuerdos…
También fue
difícil para tí, lo sé… en el cole, en casa… me imagino que fue como
enfrentarte cada día a un mundo nuevo.
Fuiste, y
eres, una persona admirable, que siempre hace lo que se propone, mi guerrera. Jamás he conocido a nadie con tanta fuerza.
Y yo, sin
sentido, pero creo que también es entendible, comencé a preocuparme por tu
futuro y no por tu presente, por lo que serías capaz de llegar a ser y
aprender. De nuevo me equivocaba. Alba, tu futuro será igual al de otros niños…
¿Eres
diferente? Pues sí, amor, no hay dos niños iguales…
¿Qué te
cuesta aprender? Pues sí, mi cielo… pero ya demostraste que no hay nada
imposible.
Bueno y que, pero lo más importante lo traes
aprendido, AMAR, AMAR SIN CONDICIONES, AMAR CADA ATISBO DE VIDA. Creo que
cuando se hace un viaje de vuelta como el tuyo, tan grande, el valor por lo
pequeño se hace gigante… y cada día de mi vida agradezco a DIOS por dejarme a
mi bendita hija. Entendí que él ha puesto un ángel en mi vida y que realidad eres
tú quien cuida de mí…
Te amo, mi
Ángel.
Tu
madre.
Precioso testimonio, gracias por compartirlo, se nota que tu hija es muy especial y será un ejemplo a seguir para muchas personas, irradiará de luz allá a donde vaya. Enhorabuena por haberla criado y acompañado tan bien :)
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