Dicen, los que entienden de esto, que hoy entrará el verano en el hemisferio norte. Llega una estación para los habitantes de mi tierra, donde, como lagartos de dos patas, esperamos la deseada noche para movilizarnos y escapar de las quince horas de sol que nos tuestan durante el día.
La noche se convierte –para los habitantes del sur- en un inmenso recreo tutelado. La ciudad comienza a recobrar la energía que, durante el día, había estado aletargada, la movilidad es menos frenética, las personas se trasladan de un lugar a otro de una manera más reposada, más ralentizada. No es que haya desaparecido la actividad de la ciudad durante el día. La población sigue trabajando, realizando sus compras, en definitiva, cumpliendo sus respectivas obligaciones diarias, pero todo se realiza en un ir y venir precipitado, huidizo, queriendo esquivar el irremediable azote calorífico.
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